Si imaginamos al planeta, sus recursos naturales y a los
seres humanos como elementos de “un gigantesco cuerpo”, podríamos visualizar al dinero como la sangre que transporta
los nutrientes (o energía) hacia los distintos órganos de ese gigantesco
cuerpo.
Según circule el dinero, se distribuye la energía: unos recibirán más,
otros acumularán, otros recibirán menos. El uso que le damos al dinero (es
decir, cómo hacemos que circule) está directamente relacionado con nuestra
percepción, comprensión y habilidades de experimentación, es decir, con los
estadíos de conciencia que transitemos como individuos, sociedades y
civilización.
El entendimiento de cómo
intercambiar se ha transformado, a través de los tiempos, acompañando la evolución de la conciencia
humana. Así, en las primitivas tribus entregar algo de igual estima era la
forma de dinero posible: el trueque. Gradualmente, en la
Edad Media, las formas de dinero mutaron a la entrega de dominios al soberano,
(granos, trabajo, tierras, o la cesión de la propia vida). A partir del siglo
XIV, con el progreso del mercantilismo, la caída del Absolutismo y la
emergencia de los Estados Modernos, las formas de dinero se tornaron más
sofisticadas y dinamizaron una particular modalidad de circulación de la sangre
del “gigantesco cuerpo planetario”: la
concentración de dinero –energía- en unos pocos; en el siglo XXI, el fenómeno
se agudizó, y aceleró, empujado por: la aceleración del desarrollo tecnológico,
el crecimiento de la población mundial y
el inminente agotamiento de los recursos naturales.
En nuestro tiempo, los Estados (cada país) mediante leyes
específicas determinan cuál es la moneda
de curso legal, regulan la emisión y definen políticas sobre cuál es el costo del dinero (es decir, rentabilidad
o intereses).
Según lo dicho, no estaría permitido que los particulares
emitan su propio dinero, un tema que amerita una profunda
discusión desde múltiples perspectivas: ¿es cierto que los particulares no
emiten dinero? ¿Por qué no podrían hacerlo? ¿Qué sucedería si determinados
grupos acordaran establecer un dinero socialmente aceptable para ellos? Lo
cierto, en el mundo existen más de 2.000 sistemas monetarios no convencionales
–no estatales- que emergen con las primeras grandes crisis de los años 90, hoy
por hoy, se realizarían más del 25 % de las transacciones humanas en dineros no convencionales mediante los cuales
se solucionan necesidades de subsistencia, asistencia social (cuidado de
ancianos, enfermos, grupos marginales), recupero ambiental. No menos cierto es
que muchas grandes empresas tomaron estas “ideas de dineros complementarios” y
las utilizan (ingeniosamente) para fines de consumo (puntos, millas, descuentos,
etc.). Tampoco puedo obviar mencionar que los medios de comunicación, dominados
por el minúsculo grupo concentrador de la energía, excluyen de las noticias, y
pretenden negar, el importante fenómeno de dineros no estatales creados para
fines sociales.
Sin ánimo de agotar el tema, podríamos concluir que los
Estados controlan y regulan el dinero (y con ello, los intercambios de energía).
A su vez, mediante políticas y leyes que se justifican en “específicas teorías
económicas” definen cómo la energía debe (o no) circular, acumularse y
distribuirse. La lógica dominante –que transita el estadío de Conciencia
Egocéntrica- y que subyace en el actual Sistema Capitalista es: el que más energía tiene más puede
acumular.
Margarita Llada,
autora del libro El Poder Creador de la Conciencia
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